Lo que se esconde detrás de las manifestaciones "pacifistas" en el mundo occidental contra el ataque a Irak. Los criptodrinos son humanistas selectivos que rechazan toda guerra, salvo una.
Cientos de miles manifiestan por doquier “por la paz”. Desde Tokio a Sudamérica, bregan por la armonía universal. Son valientes: no temen el peligro de que armas biológicas lleguen a las garras de autócratas y terroristas; ni siquiera mencionan esa posibilidad.
Para ellos, no hay riesgo de que organizaciones enloquecidas fabriquen bombas atómicas; éstas no son sus rivales. Su enemigo es “la guerra”, que, según arguyen, debe siempre ser el último recurso. Son el eco de los decrépitos políticos franceses que hoy repiten los argumentos que ya esgrimían en 1938. Los francopacifistas que proveyeron a Saddam de su reactor nuclear (del que, pese a la unánime condena internacional, la Fuerza Aérea Israelí protegió al mundo entero en 1981). A los viejos europeos no los inquieta el arsenal químico, quizá porque intuyen cuál es el pueblo designado para absorber esa embestida.
Lo curioso de estos humanistas selectivos es que rechazan toda guerra, salvo una. Hay por lo menos una guerra que justifican y aplauden. Una que no debe ser postergada ni mitigada: la guerra que desde hace casi un siglo se empecina en destruir el judío de entre los países.
Esa contienda sí está bien, nos explican, porque es “contra la ocupación”. Las otras guerras, las del mundo civilizado defendiéndose ante la barbarie, esas son aventuras de vaqueros, histerias imperiales, ambiciones petroleras.
Pero contra Israel, entiéndase, ahí no hay más remedio sino poner bombas en restoranes y fiestas infantiles. Porque ya se han agotado los demás recursos y el judío continúa tercamente resistiéndose a suicidarse.
Como es difícil clasificarlos, he echado mano al neologismo criptodrinos. Son simples siglas de: catolicones reaccionarios, izquierda póstuma, trogloditas osamistas, derecha recalcitrante, islamistas, neonazis, y otras sectas (panarabistas, nacionalistas, trotskystas, stalinistas, preconciliares, etc.). Todos unidos una vez más, agitando el monosílabo “paz” bajo las banderas de Arafat y Hizballá.
Aunque los criptodrinos son muy diversos, los unen ciertas debilidades reconocibles. Llenan las plazas de volantes, los ojos de lágrimas, y la mente de confusiones. Y odian a Israel.
De paz, quieren la de Munich: la sumisión ante a los tiranos. Ya nos hemos habituado a que no los conmueva el dolor de los israelíes que vuelan en pedazos en discotecas. Es más llamativo empero, que tampoco los perturbe el dolor de los kurdos y de los iraquíes oprimidos por la casta de Saddam. O el millón de víctimas de la guerra que el régimen genocida lanzó contra Irán, o los miles de muertos en cámaras de torturas de Irak. Estos oprimidos nunca despiertan la misericordia de los criptodrinos, que se limitan fríamente a ofrecer “paz”. Ni siquiera permitieron que disidentes iraquíes pudieran expresarse en las decenas de manifestaciones callejeras que organizaron. Las consignas de ellas eran contra Bush y contra Sharón. Ni una palabra contra Saddam. Sólo “paz”.
ISRAEL, ULTIMO MITO JUDEOFOBO
Paz, para casi todos. Únicamente al país hebreo lo privan del privilegio de dirimir sus diferendos por vía diplomática. Porque para los criptodrinos, Israel encarna el último mito de una larga serie. Otrora los judíos éramos leprosos, deicidas, confabuladores. Hoy somos racistas, colonialistas, despojadores de una milenaria y pacífica nación. Siempre el judío es el sanguinario, el vengativo.
Si hallaran en libros de historia que dicha “pacífica nación despojada” no es sino una novedosa invención de este siglo, atribuirían esa verdad irrefutable a las eternas maquinaciones del judío internacional que actúa entre bambalinas. Pero no hay forma de sacudirse esa verdad de encima. Los palestinos no existieron como nación hasta bien avanzado el siglo XX.
Hay una enciclopedia judaica íntegramente accesible en Internet, y es de 1906. La recomiendo a quien busque información en línea, y podrá así reparar en un dato menor que sorprendería a los criptodrinos. Por ser de 1906, en la enciclopedia abundan “arqueólogos palestinos, rabinos palestinos, profesores palestinos”. Todos ellos eran, por supuesto, judíos de la Tierra de Israel.
Es que hasta la década del veinte sólo a los judíos se les aplicaba el gentilicio palestinos. Fondo Nacional Palestino, Orquesta Filarmónica Palestina, diario Palestine Post: todos judíos.
Los árabes no hablaban de palestinos, sino de habitantes de la Gran Siria. No aspiraban a la independencia de una tierra que nunca había sido independiente salvo bajo gobierno hebreo.
Eso explica que ni en las declaraciones de las Naciones Unidas aparezcan los palestinos. Ni siquiera la celebérrima resolución 242 de noviembre de 1967, que fue votada como consecuencia de la “ocupación”, menciona a los palestinos (ni qué hablar de su “Estado”). Sólo habla de refugiados.
Durante la segunda mitad del siglo XX la voz palestinos sufrió una metamorfosis semántica sin parangón. Y los criptodrinos proyectan esa transformación al pasado más remoto.
Los judíos de Sión, en el momento de declarar su independencia en 1948, dejaron de llamarse palestinos y asumieron honrosamente la denominación de israelíes. De este modo abandonaron en tierra de nadie el término palestinos, que fue paulatinamente deslizándose hacia los árabes, quienes entonces como hoy tampoco buscaban su independencia sino la destrucción del otro.
La transmutación semántica ayudó a los criptodrinos a rescribir la historia, hasta que retroproyectaron su mitología y llegaron a narrarnos que por obra de los perversos judíos, ha sufrido las peores penurias un milenario pueblo árabe palestino que, misteriosamente, no figura en ningún documento de siglo tercero, quinto, séptimo, noveno, once, trece, quince, diecisiete o diecinueve. Parecieran un pueblo oculto durante siglos, que emergió a la fulgente luz de los medios criptodrinos.
En 1977 lo aclaró muy bien Zoher Mossein (jefe de Operaciones Militares de Arafat): “No hay diferencia entre jordanos y palestinos... somos miembros de una sola nación. Solamente por razones políticas nos cuidamos de enfatizar nuestra identidad como palestinos, ya que un separado Estado de Palestina será un arma adicional para luchar contra el sionismo”.
ANTIGÜEDAD RECIEN ESTRENADA
La ONU fue sumándose al invento de un antiguo pueblo despojado, y las agencias de noticias pasaron a presentar al movimiento nacional judío como si hubiera sido una aberración imperialista destinada a explotar a una nación pacífica y longeva. Raramente se menciona en los medios que jamás hubo un Estado árabe palestino o que Jerusalem nunca fue capital de pueblo alguno salvo de los judíos. O que cuando los “territorios ocupados” estuvieron en manos árabes (hasta 1967) y ergo los palestinos podrían haber proclamado allí su independencia, ni se les ocurrió. Ni siquiera proclamaron a Jerusalem, que poseían, como capital. Es que los reclamos de los líderes palestinos fueron siempre el mero remedo de lo que Israel hace o logra.
Al respecto se pregunta Joseph Farah, periodista árabe americano: “¿no resulta interesante que antes de la Guerra de los Seis Días no hubo entre los árabes un movimiento serio para crear una patria palestina? ¿Cómo es posible que los palestinos súbitamente descubrieron su identidad nacional después de que Israel venciera en la guerra?... No hay idioma palestino, no hay cultura palestina distintiva. Nunca hubo una tierra llamada Palestina gobernada por palestinos”.
Los apologistas del terrorismo árabe (léase “paz”) nos cuentan que la raíz de la violencia genocida que ejercen las bandas palestinas es la privación de derechos civiles y nacionales a la que están sometidos. Y concluyen que si se respetaran esos derechos, no habría más terror. Pues no han notado que miles de problemas nacionales se han resuelto en el mundo sin la contaminación del terrorismo. Pero cuando el enemigo es el judío, todo se perdona. A Israel, no hay que permitirle ni siquiera que termine con “la ocupación” en la mesa de negociaciones. Contra Israel, la guerra es indispensable. Los judíos sólo entendemos por la fuerza, no como el ilustrado Saddam.
La raíz del terrorismo no es la pobreza ni la desesperación: es el totalitarismo que adoctrina a su pueblo en el odio. Y es el apoyo automático que desde el exterior le brindan los criptodrinos, gritando “paz” cada vez que el agredido se defiende.
El drino es una culebra que vive en los grandes bosques. El criptodrino, se oculta en la hipocresía europea, en la secular judeofobia, en los reclamos de “paz”. Y aunque para fingir posturas pacifistas sabe más que las culebras, de paz real no entiende nada de nada.
Por: Gustavo Perednik
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