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    Los Estados árabes y musulmanes, surgidos muchos de ellos como parte del proceso de descolonización, intentaron diseñar modelos de secularización

    Cuando la religión se vuelve parte integral de la política, deja de ser una expresión de espiritualidad individual o colectiva, para convertirse en un arma de alto poder en donde dogmas y verdades absolutas sustituyen la razón, la pluralidad y la tolerancia. La separación Iglesia-Estado brindó a Occidente la posibilidad de conciliar la libertad de credo, con la exclusión de la religión de los asuntos públicos.

    A pesar de que sectores del clero católico insisten en su derecho a la participación política ha quedado claro que en los difíciles e inexactos límites existentes entre lo público y lo privado, la religión queda en este último y, a diferencia de lo político, no puede jamás tener rasgos de obligatoriedad jurídica para los habitantes de determinado país.

    En el mundo musulmán esto no ha sido así. Los Estados árabes y musulmanes, surgidos muchos de ellos como parte del proceso de descolonización, intentaron diseñar modelos de secularización que limitaran el poder de la religión, a pesar de que ésta era considerada como un elemento de identidad nacional. La ausencia de una tradición democrática y de un estado de derecho construido a partir de la igualdad jurídica de sus ciudadanos, convirtió a los estado del Medio Oriente en instancias de poder autoritarias con cierta influencia de la cultura occidental, aunque acumulando en su interior el resentimiento social producto de largos años de colonialismo y de añoranza por lo que fue un imperio finalmente derrotado.

    La riqueza petrolera de algunos de ellos sólo sirvió para enriquecer a sus clases dirigentes, manteniendo en la miseria a las grandes mayorías, quienes siguieron viendo a Occidente como el enemigo a vencer y al causante de todas sus desgracias. El fortalecimiento de las tendencias religiosas dentro del mundo árabe-musulmán, aumentó significativamente a raíz del triunfo del fundamentalismo islámico en Irán en 1979, y con ello la escalada antioccidental y principalmente antiestadounidense llegó a su punto más alto en la historia de las relaciones entre Oriente y Occidente.

    Una de las características del fundamentalismo es la de "purificar" la existencia del individuo musulmán, para "liberarlo" de toda influencia dañina proveniente del exterior y reencontrarlo con sus raíces que lo lleven al "fundamento" de su ser. La lectura purista de los textos sagrados, en este caso el Corán, termina por convertirse en un arma ideológica sobre la cual se sustenta la exclusión e incluso el exterminio de todo aquel que no se sujete a sus normas y principios. Si a esto le añadimos su capacidad de ascenso político e influencia en los círculos más pobres de las sociedades musulmanas, el resultado es el de un poder totalitario enormemente peligroso y expansivo.

    Fue esto lo que llevó a los estadounidenses a optar por apoyar a Saddam Hussein en su agresión contra el Irán de Jomeini en los 90, en la medida en que era preferible sostener a un dictador sanguinario y laico dentro de la tradición musulmana, que permitir el aumento de la influencia del fundamentalismo en la región. Sin embargo, las condiciones sociales y la falta de transformaciones importantes al interior del mundo musulmán, así como el abandono de Occidente, favorecieron el silencioso crecimiento de un fundamentalismo que floreció tanto en su vertiente chiita como en la sunnita, poniendo en riesgo no sólo al mundo occidental, sino a los propios regímenes autoritarios de la zona.

    Las enormes redes de asistencia social sobre las cuales se sustenta el funcionamiento cotidiano del integrismo islámico, condujeron al reclutamiento de miles de personas dispuestas incluso a dar su vida como "mártires" para llegar al mundo venidero en santidad. Pobreza, represión, ausencia de opciones y un pensamiento religioso vinculado estrechamente al poder, llevaron a los fundamentalistas a convertirse en los "iluminados" del Medio Oriente, capaces de llevar hasta sus últimas consecuencias su misión mesiánica. El 11 de septiembre de 2001, esto se cumplió.

    ¿Qué hacer con el fundamentalismo islámico en estos momentos?. En el simplismo ideológico de Bush, se trata de una lucha entre el bien y el mal, en donde no hay otra opción más que derrotarlos por la fuerza, e instaurar sistemas democráticos al estilo occidental. La realidad es mucho más compleja que eso. Hoy, después del derrocamiento de Saddam Hussein, los estados árabes y musulmanes se encuentran impactados por la muestra de poderío que los estadounidenses realizaron en Iraq, pero no han alcanzado a definir aún la nueva forma de relacionarse con Washington.

    Gobiernos tan hostiles a la Unión Americana como los de Siria o Irán, se muestran dóciles ante la amenaza real de una posible nueva operación militar de la Casa Blanca, si cualquiera de ellos obstaculiza su nueva estrategia dominadora en el Oriente Medio. La percepción actual es que tanto los Estado Unidos, como la gran mayoría de los regímenes árabes y musulmanes actúan bajo el denominador común de que la estabilidad de la región es una condición indispensable para su seguridad y permanencia.

    El enemigo es el fundamentalismo, y por ello se requiere buscar fórmulas para neutralizarlos, tanto desde Occidente, como al interior de las sociedades musulmanas a las que les urge una recomposición que limite el poder de la religión en las decisiones de Estado, al mismo tiempo que garantice una mejor distribución del ingreso. Política y religión siguen siendo excluyentes, incluso en el Medio Oriente.

    Autor: Ezra Shabot

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