Hace unos días le oí a Zapatero reflexionar sobre lo mucho y bueno que dirá la Historia de él. Y viendo ahora lo que Obama ha firmado con Irán y lo que ha hecho con Cuba, creo que el presidente norteamericano alimenta una esperanza parecida.
Estados Unidos llevaba peleado con el benévolo régimen castrista desde 1959 y eso no podía ser, tal y como Oliver Stone explica muy bien en su sectario e infumable documental que José Antonio Sánchez nos atiza en prime time por La 2. Con la pía república islámica de Irán, Estados Unidos se toma el chocolate de espaldas desde 1979 y eso era igualmente intolerable. De manera que había que hacer algo con el espinoso asunto de la bomba. Y para eso está Obama, para enderezar tuertos y desfacer agravios.
El acuerdo es un horror desde varios puntos de vista. Para empezar, siendo como es temporal, no sólo retrasa que Irán tenga la bomba atómica, sino que también aprueba que la tenga dentro de diez años. Luego, al levantar las sanciones y permitirle comerciar con su petróleo, se da a Irán el permiso definitivo para ser la potencia hegemónica en la región, cuando el levantamiento debiera haberse vinculado también al compromiso de no injerencia en los asuntos de sus vecinos. Además, el acuerdo sugiere que Estados Unidos e Irán serán aliados en la lucha contra el Estado Islámico. Es como aliarse con Hitler para sujetar a Mussolini.
Irán, que no deja de ser un Estado de verdad y muy poderoso, es más peligroso que una organización terrorista; lo que hay que hacer con ésta es desalojarla de los territorios que controla con lo único que puede hacerse, unas fuerzas terrestres que Obama, que por algo es premio Nobel de la Paz, no quiere emplear.
Por último está la maraña constitucional en la que Obama va a sumergir Washington. Porque la Constitución norteamericana exige la ratificación de dos tercios del Senado para que un tratado se convierta en ley. Es cierto que este pequeño obstáculo constitucional ya lo resolvió, quién si no, Franklin Roosevelt inventándose las órdenes ejecutivas, que, aunque sean tratados, como no se llaman así, no necesitan de esa ratificación.
El problema es que, como sólo las firma el presidente, cualquier sucesor puede revocarlas, y es posible, como alguna vez ha hecho Rusia, que Irán exija darle al acuerdo forma de tratado, para que no pueda ser arbitrariamente revocado por quien suceda a Obama en 2017. Luego, como el pacto conlleva el levantamiento de sanciones comerciales, la aprobación del Congreso es indispensable, aunque el presidente pueda obviarla con un veto que a su vez el Congreso podría soslayar con el voto de dos tercios de ambas Cámaras. Un buen lío que tiene enzarzados en interminables discusiones a los constitucionalistas norteamericanos.
Lo que sí es seguro es que Obama pasará a la Historia. Vaya si pasará.
Escrito por: Emilio Campmany
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