Desde muy pequeño empecé a tener algunos problemas al tratar de dormir.
Cuando estaba acostado en mi cama pensaba frecuentemente en la muerte.
Primero empecé a preguntarme qué sucedería cuando mis abuelos murieran; después comencé a pensar que pasaría con mis papás, y por último terminé preguntándome a dónde me iría yo cuando muriera.
Esta pregunta trajo miedo e inseguridad a mi vida, por lo cual empecé a buscar una respuesta.
Al preguntar me respondieron que Dios existía y que había 2 lugares a donde uno se podía ir al morir: al cielo o al infierno.
Por otro lado unos me decían que sólo los que se portaban bien se iban al cielo, pero otros me decían que Dios era tan bueno que nos perdonaría a todos.
Lo que nadie me contestó claramente, fue que tan bien me tenía que portar para irme cielo, ni tampoco porque existía el infierno si Dios nos iba a perdonar a todos.
Así, mientras más preguntaba acerca de la muerte , más crecía mi temor.
Por el contrario, mi hermana era una persona que parecía no tenerle miedo a nada, pues ella tenía una actitud de rebeldía ante todo, no importándole que esto le ocasionara problemas con todos los que la rodeaban.
En ella yo encontré una buena forma para justificarme y tratar de calmar mi conciencia.
Así, empecé a juzgarla, y a evitar meterme en problemas como ella.
Esto provocó que la gente nos comparara y que yo me sintiera mejor que ella.
Por esto empezó a crecer una gran rivalidad entre los 2, a tal punto que eran pocos los momentos en que podíamos estar juntos sin pelearnos.
Esto no quitó mi miedo hacia la muerte, pero si ocasionó que mi vida empezara a ser doble, pues el miedo al infierno y a tener los problemas de mi hermana, me llevó a portarme bien delante de la gente, mientras que cuando estaba solo y en mi mente permitía muchos y diversos pecados.
El temor me seguía tanto que empecé a refugiarme en la televisión y en la religión que mis padres me habían inculcado.
Pero, a pesar de ver la televisión por largas horas y repetir cientos de rezos diariamente, mi conciencia no me dejaba tranquilo.
Además de esto, empecé a tener un nuevo temor: que la gente descubriera como era en verdad, lo que me hizo ser una persona muy insegura.
También mi situación familiar empeoraba día con día.
A los 13 años, envuelto en estas circunstancias, se acercó a mi la persona que yo menos esperaba a contestar mi pregunta acerca de la muerte.
Esta persona era mi hermana. Ella me dijo 3 cosas:
Primero me dijo que Dios iba a cambiar su vida, lo cual me extrañó, pues ella siempre había dicho que no creía en Dios.
Por otro lado me dio gusto, pues ella causaba muchos problemas y lloraba diariamente, lo que me molestaba mucho. En segundo lugar me dijo que ella se iba a ir al cielo cuando muriera, lo cual no creí, pues yo pensaba que ella no se lo merecía.
En tercer lugar ella me dijo que yo me iba a ir al infierno, pues yo no conocía a Dios.
Esto me enojó mucho, pues yo pensaba que cómo se atrevía ella a decirme a mi, que yo me iba a ir al infierno.
A pesar de mi mala actitud, ella me continuó hablando y me mostró en la Biblia que sólo las personas que tenían a Cristo en su corazón podrían entrar al cielo.
Aunque yo le decía que Jesús estaba en mi corazón, yo sabía que en mi interior lo único que había era miedo y pecado.
Ella también me dijo que Dios conocía todos mis pecados, pero que Cristo había muerto por todos ellos en la Cruz y que si yo me arrepentía de ellos, Él podría entrar a mi corazón.
Al oír esto me dio más miedo:
Ahora sabía qué iba a suceder conmigo cuando muriera, y aunque ahora también sabía la solución para no irme al infierno, mi orgullo no me permitía reconocer delante de mi hermana que yo estaba mal.
Cada día yo veía cambiar más y más a mi hermana y disfrutar de mucha paz, mientras que mi miedo hacia la muerte aumentaba.
Pasaron casi dos meses en los cuales mi hermana no dejó de hablarme y de comprobarme con su vida y con la Biblia que todo lo que me decía era verdad.
Fue entonces cuando un día entré a mi cuarto y cerré la puerta, y le pedí a Dios que me perdonara por todos mis pecados, y que Jesús entrara a mi corazón para salvarme, pues yo no me quería ir al infierno.
Ese día me quedé dormido sin problemas.
Después de esto mi hermana, con la cual empecé a llevarme como nunca antes, me siguió mostrando en la Biblia como conocer mejor a Jesús.
La paz de sentirme perdonado y la seguridad de tener la vida eterna quitó por completo mi miedo hacia la muerte.
Diariamente compruebo a través de la lectura de la Biblia y de la oración que Jesús está en mi corazón.
Ahora sé que no se necesita ser bueno para ir al cielo, sólo es necesario arrepentirse y aceptar lo que Cristo hizo en la Cruz.
Jesús ha hecho que odie la hipocresía y que no viva para agradar a la gente sino a Él.
Él me ha dado el valor para enfrentarme a mi mismo, y así ha podido sacar muchos pecados de mi corazón.
Esto me ha dado mucha seguridad, pues ahora no temo que la gente sepa como soy por dentro.
Cristo también me ha guiado en cada área de mi vida y la ha hecho un éxito.
Él convirtió la enemistad con mi hermana en una verdadera y preciosa amistad, que ha crecido sin cesar con el paso de los años.
Hace 15 años y medio que Jesús entró a mi corazón y además de darme un gran amor por mi hermana también me ha dado un gran amor por la gente.
Por esto todavía me preocupa la muerte, pero ya no la mía, sino la de las personas que me rodean, aunque Dios me hace dormir tranquilo, sabiendo que Cristo las ama y las está buscando como lo hizo conmigo.
En el primer capítulo de Filipenses dice: "Porque para mi el vivir es Cristo, y el morir es ganancia".
Este versículo describe lo que Dios ha hecho en mi corazón. Me ha dado un objetivo claro en la vida y me ha hecho ver la muerte de una manera totalmente distinta.
Hoy toda mi vida gira en torno a Jesús y diariamente le pido a Él que me utilice, como usó a mi hermana conmigo, para que muchas personas lo puedan conocer y puedan disfrutar de Él como yo lo hago.
Él me ha bendecido mucho a través de estudiar la Biblia durante todo este tiempo y también me ha dado el privilegio de predicar su Palabra y compartir con mucha gente todo lo que Él me ha enseñado.
Hace algunos años Dios me regaló una amistad con Jenny y su familia, la cual Él ha hecho crecer tanto, que hace 9 meses le dije a Jenny que si Dios me diera a escoger una familia, escogería otra vez la mía, pues Dios no se equivoca, pero que si Dios no me dejara escoger otra vez la mía, escogería su familia.
En este último año he seguido comprobando que Dios definitivamente no se equivoca, pues como nunca amo y disfruto a mi familia, pero también he seguido comprobando que soy de gran estima ante los ojos de Dios, pues ahora me ha dado la oportunidad de formar parte de la familia de Jenny.
Dios me ha hecho sentir como príncipe muchas veces con su amor, pero hoy en especial lo hace mas que nunca, dándome como esposa a Jenny, quien no sólo me hace recordar la dulzura de Jesús todo el tiempo, sino sé que será mi ayuda idónea para cumplir mi anhelo de transmitirle a los demás el amor de Dios.
Jenny te recibo como mi legitima esposa. Prometo delante de Dios y de estos testigos el entregarme a ti sin ninguna reserva. Prometo amarte y ayudarte en todo, estés enferma o con salud, en pobreza o en riqueza y prometo dedicarte todos mis afectos conyugales a ti y solo a ti todo el tiempo que Dios nos conceda la vida para vivir como esposo y esposa.
Jenny te entrego este anillo como símbolo del amor que tengo por ti, al entregártelo te hago partícipe de todos los bienes que Dios me ha dado y de todos los bienes que Dios me dará.